viernes, 20 de noviembre de 2009

A propósito del Bicentenario

Carlos Pérez Soto
El 18 de Septiembre de 2010 se conmemorarán 200 años de la ceremonia en que la clase dominante de un país oscuro y retardatario acordó renovar su juramento de fidelidad al Rey de España, un hombre manifiestamente corrupto, apresado tras la invasión del ejército francés, que representaba los valores más progresistas de esa época, es decir, los valores de la institucionalización burguesa.
Es de conocimiento público y notorio que la llamada “Independencia” de Chile se declaró por primera vez sólo el 12 de Febrero de 1818, en el marco de una guerra civil en que chilenos realistas intentaban resistir la toma del poder por parte de elementos formalmente “liberalizantes” que, en realidad, no eran sino un puñado de caudillos ansiosos de “revolucionar” el estado de cosas imperante en su propio provecho, que ellos solían llamar “los altos intereses de la Patria”.
El período que va entre 1810 y 1818 debe ser considerado como una época de guerra civil entre chilenos, en que ambos bandos representaban fracciones contrapuestas de la clase dominante, formada una por terratenientes católicos, profundamente conservadores, machistas hasta el grado de lo absurdo, pacatos y autoritarios, y el otro por terratenientes católicos, envanecidos por tibias influencias europeas, que se preciaban de progresistas, pero que reivindicaban el derecho de saquear a los enemigos vencidos, de reclutar sus tropas por la fuerza, y de utilizar esclavos e indios como sirvientes.
La enorme catástrofe económica, social y humana que significaron estas guerras, que se cuentan entre las más sangrientas de nuestra historia, se vio agravada aún por su prolongación, entre 1818 y 1831 por otras confrontaciones entre civiles militarizados al interior del propio bando vencedor, que no logró, ni intentó, superar su tendencia al personalismo, a la dictadura corrupta, al compadrazgo y la arbitrariedad revestida de legalismo. Estas nuevas guerras civiles no terminaron, a su vez, hasta la restauración, ahora con retórica “independentista” de los mismos terratenientes conservadores que hacía a penas 15 años habían apoyado el bando del Rey. Bajo la opresión reaccionaria de los decenios se conformó finalmente el “orden republicano”, que no hizo sino prolongar, bajo una retórica grandilocuente, el oscurantismo arrastrado por 250 años. Ese oscurantismo que llevó a prohibir los carnavales, el que obligó a presos pobres a levantar el Puente de Cal y Canto, y a los indios a ser reconocidos a la fuerza como “chilenos”, con el único resultado de ponerlos bajo un sistema jurídico que permitía la apropiación, ahora impune, de los territorios que habían logrado defender por más de dos siglos de la invasión europea.
La verdad de la “independencia” no es sino el reemplazo del colonialismo por la dependencia “libre” de nuevas potencias europeas, que asolaron con su influencia todo intento de cultura autónoma, que fueron servidas en sus intereses por toda la clase política, que pudieron saquear el país ahora con el consentimiento de los propios poderes locales. El siglo XIX en Chile no es sino una prolongación en tiempo de comedia de la lógica trágica del colonialismo de los tres siglos anteriores. La misma Iglesia opresiva y omnipresente, los mismos terratenientes pacatos y mediocres, el mismo desierto cultural y político, los mismos pobres, que eran más del 90 % de la población, muriendo de desnutrición, tifus, y viruela.
No celebramos absolutamente nada celebrable en este bicentenario. Más bien deberíamos dejarlo pasar, con algo de rubor y mucho de enojo, con el menor perfil posible. El bicentenario no es sino un recordatorio infame de la mediocridad galopante de este país.
Si quisiéramos empezar a hablar de “independencia” de Chile, habría que empezar a fines del siglo XIX, con el Partido Demócrata, con los intelectuales positivistas, con nuestros primeros artistas reales, oscilando entre la fascinación europeizante y su potencia creadora irrefrenable. Balmaceda, Lastarria, Malaquías Concha, son los precursores de la independencia de Chile. Mistral, Neruda, Recabarren, Huidobro, son algunos de sus más insignes luchadores. La lucha por la independencia de este país culminó con el gran movimiento popular que encabezó Salvador Allende.
Los promotores del Bicentenario no son sino los enterradores de la independencia que dicen celebrar.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Muros visibles e invisibles

Carlos Pérez Soto
Profesor de Estado en Física
Como todos seguramente saben los muros son visibles. Si uno se detiene delante de un muro y lo mira… lo ve. Parece obvio. Para la historia y la política, sin embargo, ni siquiera las cosas más obvias son tan simples. Y ese es el caso, extraño, de los muros.

Lo que es visible y lo que no es visible en la política de hoy depende de los medios de comunicación. Depende de las pautas políticas que les dictan los poderes dominantes, de sus necesidades mercantiles y, en muchos casos, en la mayoría, de la simple necesidad de sobrevivir ante la competencia desleal de los grandes consorcios de la información. Algunos contenidos informativos siguen el ritmo de la farándula, la del espectáculo o la de la política. Se vende bastante con eso. Otros siguen los eventos del deporte comercializado, y el “deporte” y los medios, reforzándose mutuamente, venden bastante con eso.

Pero hay también los pequeños espacios. Un poco marginales, pero muy presentes. Aquellos que señalan tendencias, los que reciclan noticias usadas para nuevos propósitos, los que traen una y otra vez al presente ciertos eventos moralizantes, que confirman, a través del ejercicio de una memoria intervenida, las políticas del presente. Este es el caso de las informaciones sobre “EL MURO”.

Porque, por si lo había olvidado, se cumplen en estos días veinte años del derribamiento de un muro ejemplar, algunas de cuyas puertas se prestaron durante veinte años para noticias espectaculares, varias películas truculentas, varias decenas de muertos, en medio de la batalla ideológica más importante del siglo XX. ¿El muro que los israelíes construyeron en los territorios palestinos? No, no, ese no ha sido derribado, ni lo será en bastante tiempo. ¿El muro que los norteamericanos están construyendo en la frontera de México? No, ese ni siquiera se ha terminado de construir. ¿Los muchos muros con que los pobres son aislados de los turistas en los balnearios brasileños? No, esos son legales, y además están pintados de colores muy bonitos. En realidad esta enumeración que estoy haciendo es odiosa y ociosa. Todos sabemos que el muro que se derribó hace veinte años es el que había en Berlín, antes de que los mismos alemanes del este decidieran vender su país al capital trasnacional, con el único resultado de terminar siendo considerados como ciudadanos de segunda clase en su propia patria.

El muro de Berlín era un enorme símbolo cuya realidad cotidiana era muy curiosa. Tenía muchas puertas que comunicaban con “el mundo libre”. Pero dos o tres de esas puertas estaban constantemente custodiadas por periodistas, y cruzarlas era todo un evento político, en que los guardias de ambos bandos cumplían regularmente con su espectáculo de miedo y politiquería. Había otras, más de veinte, que eran cruzadas a diario por cientos de personas, con la simple presentación de un pasaporte común. Cuando los disidentes querían hacer noticia se dirigían a esas puertas espectaculares, e incluso trataban de pasarlas a la fuerza, aún bajo el riesgo de recibir un par de balazos. Cuando simplemente querían escapar de la policía del gobierno totalitario, se dirigían a las puertas anónimas, a las invisibles, y declaraban que se iban de vacaciones.

Es notable, al respecto, lo que ocurrió en la ex Checoslovaquia, tras la invasión soviética, en Agosto de 1968. Era verano, muchos de los opositores que luchaban en el marco de la Primavera de Praga… estaban de vacaciones. Como corresponde a una población de muy alto estándar de vida, miles de ellos se encontraban en los países vecinos, en balnearios y centros turísticos para las capas medias. Con la invasión soviética les quedó claro que no podrían volver a su país sin sufrir las consecuencias de la represión política. Tras muy pocos meses de incertidumbre, sin embargo, quedó claro que la “represión” soviética no iba a pasar más allá que ser despedidos de sus trabajos… sólo para ser reintegrados en oficios y empleos de más baja estimación social. En esas condiciones, miles de “disidentes” decidieron presentar certificados médicos, pedir una y otra vez permisos laborales, que estaban perfectamente contemplados en la legislación laboral de países que protegían fuertemente el derecho y la estabilidad del empleo. A través de estos recursos pudieron mantenerse durante años viviendo en ciudades fronterizas… y cruzando la frontera puntualmente, mes a mes, para ir a cobrar sus salarios y seguros de enfermedad al país que, en teoría, los mantenía en el exilio. Por supuesto, muchos de esos “exiliados”, ocuparon luego cargos importantes en los gobiernos que, tras la caída del socialismo totalitario, destruyeron sistemáticamente los derechos laborales de los que ellos mismos habían usufructuado.

Las realidades de las políticas a través de las cuales “se conquistó la democracia”, aquí y allá, suelen ser así de complejas. Ejemplos de opositores a la dictadura que luego aparecen aliados a los mismos poderes que sostenían a la dictadura no nos faltan. Ni allá ni acá.

En Berlín había un muro que dos potencias totalitarias querían mantener, como gran símbolo de su confrontación. En alguna época, de igual a igual, protegidas ambas por sus respectivos paraguas nucleares. La realidad cotidiana de ese muro, sin embargo, como la del muro invisible que había en la frontera Checa, excedía las necesidades de una política de gestos espectaculares. La gente necesitaba pasar, y pasaba. Si no aparecía en los medios de comunicación no era problema. Y justamente por eso, cuando había que derribarlo tenía que ser visible. En vivo y en directo, para todo el planeta: el capitalismo había triunfado. Herbert von Karajan dio un concierto espectacular, con la Filarmónica de Berlín, la Novena Sinfonía de Beethoven. El mismo concierto que había dado, casi cincuenta años antes, en París, para festejar la ocupación de Francia por las tropas de Hitler.

Los alemanes del este se entregaron a la euforia. Como habían acumulado una enorme capacidad de compra, bajo las normas económicas de un socialismo ineficiente que no lograba saciar sus ansiedades de consumo, se dedicaron a comprar todo lo que el mercado “libre” les podía ofrecer. Durante meses los camiones basureros en Berlín no alcanzaban a retirar los envoltorios y deshechos que los nuevos consumistas alemanes lanzaban a la calle tras haber renovados sus cocinas, equipos de sonido, lavadores y muebles. Hoy saben, duramente, el reverso de esa euforia. La discriminación de alemanes por otros alemanes, la maldición de los inmigrantes que los capitalistas alemanes fomentan para no pagar los niveles de salario que los trabajadores alemanes han ganado tras más de cien años de luchas, la maldición del sinsentido del consumo incompleto, insaciable, operando como única motivación de la vida.

Pero el gran símbolo que es este muro visible permanece. Tiene que permanecer. Por supuesto concentrado en el gran evento que le da el significado histórico que al poder le interesa: su derribamiento. El momento mismo, las masas sacando pedazos de hormigón a martillazos en presencia de los medios de comunicación, para todo el planeta, con la novena de música de fondo… con el himno de la alegría. El símbolo visible permanece, debe permanecer. Para que la izquierda masoquista confirme sus volteretas, para que el burgués arrogante confirme su soberbia, y para que los nuevos muros no sean visibles.

Santiago, 21 de Octubre de 2009.-

viernes, 27 de marzo de 2009

El concepto de materia en Hegel

Este artículo es un aporte de Surfista

A petición de mi amigo Marco Antonio publico este trabajo que surgió sobre mis inquietudes sobre la materia, donde ya he publicado un post sobre su concepto físico y su relación con la metafísica.

Hegel comienza su Filosofía Real diciendo que la Idea como ser determinado en su concepto se le puede llamar la materia absoluta o éter[1]. No tiene sentido su materia porque no es sensible, ya que es un concepto puro aunque es un concepto en sí mismo puro y abstracto. Mientras no se piense en el concepto de materia pura esta seguirá existiendo en sí, como el theos aristotélico que se piensa a sí mismo, pero Hegel introduce esta advertencia ya que la materia al ser pensada pasa a ser parte de la idea de un sujeto y en este caso sería el Espíritu absoluto donde ya ha introducido Hegel el concepto de sujeto que reflexiona y determina lo abstracto de la materia positivando su negación. La idea de theos permanece en Hegel en cuanto explica que la materia absoluta es en sí, como la sustancia aristotélica del theos, una pura conciencia de sí mismo (no es un yo individual), con un ser en sí, pero no está fijada esta materia como ente en una realidad determinada[2]. Ahora bien, esta materia no ex–siste, es decir, no tiene ex–sistencia porque no tiene forma ni naturaleza. Al salir fuera de sí, de su esencialidad interior, es decir, al considerarse extática entonces la materia es naturaleza como positividad de la negatividad del no ex – sistir. En cierta manera, Aristóteles cuando plantea lo extático y desarrolla su unidad conceptual a través del pensamiento, ya estaba claro que el concepto final de la materia tenía que finalizar en la idea de una percepción eidética de la forma, para considerar la positividad de la materia como naturaleza. La inclusión de una idea interior a la percepción de la materia completa la filosofía real de Hegel de base aristotélica, pero ya Aristóteles plantaba el tema de la percepción no de un sujeto pero si una psiqué que permitiera comprender el tiempo a través del movimiento, que en realidad es la materia que se mueve en la unidad del extático. La idea de Aristóteles de la materia es la de un substrato, upokeimenon que es de por sí, pero que teniendo realidad es un concepto abstracto, ya que como sustancia no es algo tangible, sino que mas bien es el fundamento para la procedencia de algo[3]. Para Aristóteles todas las cosas son generadas por la naturaleza y esta naturaleza es la materia primera que tiene la propiedad de generar algo como las cosas, los pensamientos o incluso la técnica, ya que todas contienen hylé o sea materia. Aristóteles introduce el tema de la negatividad como privación en un sentido cuando dice que las cosas se generan por privación por una parte y por la otra al considerar a la materia como potencia o posibilidad del ser actual de un modo sinérgico o extático diría Aubenque. Hegel desarrolla toda su sistemática a partir de este principio de privación de la materia como negatividad de un concepto abstracto, para fundirlo en el espíritu absoluto al conferir a la materia la subjetividad del espíritu y hacerla una. De esa forma Hegel continúa con el desarrollo de la materia como un fuera-de de determinación con la explicación del espacio y su dimensión, el tiempo y el movimiento. Así Hegel explica que el espacio es la primera determinación de la materia y esta es el punto. Es decir, lo que primeramente es espacio una dimensión puntual, es lo que ex –siste que está fuera de la materia en su primera positivdad es el punto. La materia implícita en el sentido de negatividad tiene conciencia de sí misma en cuanto que no está determinada, pero ya no en el espacio, auque esté implícita en el concepto, pero al dejar de ser una negatividad y ser una determinación, que ha salido fuera-de sí, de la materia absoluta o el Espíritu absoluto de Hegel que la materia entonces es el espacio como esencia consciente de sí misma como intuición sensible.

Hegel plantea un problema casi aporético en el pensamiento de Aristóteles en el sentido de que una sustancia que es en sí misma privación y negatividad y a la vez es fundamento de la generación y naturaleza de las cosas, cómo puede salir de sí misma sin pasar de un sitio a otro en un régimen de continuidad. El problema en Aristóteles es que el ente o la verdad de la cosa se queda en sí misma, en su definición o en su esencia, pero no puede sino ser sino una certidumbre para el individuo dentro de una adecuación de límites de la verdadero con lo sensible. Creo que en Aristóteles este problema lo plantea a través de la percepción del tiempo como movimiento, pero Hegel consigue explicarlo y desarrollarlo a través de la idea-sujeto. La propia determinación de la materia es un límite a la conciencia de sí misma y deja de ser en-sí para salir fuera de su estado de conciencia propia hacia un estado de dimensión espacial propio de la cosa. Lo que explica Hegel es que la propia materia determina una conciencia para disponer la materia como espacio y tiempo. En realidad la idea que se propuso cuando se describía el concepto de materia física era que la misma había creado al hombre para que a través de su percepción en cuanto era onda o partícula le confiriera una dimensión espacial. Por eso la percepción está ligada íntimamente al concepto de materia como complementariedad de su recíproco, es decir, no hay materia sin percepción ni percepción sin materia. Parece que esta afirmación procedería de Berkeley o Hume sino fuera porque no es solo el ser lo percibido sino que la percepción es la propuesta de la materia para la limitación y determinabilidad del espacio sin la que no puede ex –sistir. De ahí que la materia cuando es pensada no en ella misma sino ella misma desde fuera-de sí lo que produce su determinación, que en realidad es la intuición sensible de una dimensión por diferenciación y su absoluta posibilidad de diferenciación, a lo que Hegel llama ser externalizado, ya que está fuera de la materia pero en la idea absoluta, ya que ambos momentos, determinación del ser externo y conciencia de sí son las diferentes caras de la misma moneda[4].

Ahora bien, cuando Hegel habla de espacio, ya incluye varios momentos de diferencia recíproca en convivencia con ellos mismos en la dimensión espacial del continuo espacio, pero en su propia negatividad que procede de la materia. En realidad, y como buen conocedor de lo griego que es, aquí está elaborando dentro de su propia sistemática el concepto de reciprocidad de Anaximandro dentro de su propio horizonte hegeliano. Para Hegel, la dimensión espacial presenta tres momentos, que en primer lugar es la negatividad del espacio y su determinación para superarse a sí mismo. Esta superación del espacio anterior supone otra negatividad anterior para un nuevo espacio, que sería el segundo momento y el tercero sería un aspecto neutro de superación y casi de reposo de la dimensión. En realidad, cada momento es un salir fuera del propio momento, como una realidad extática de cambio recíproco, o en términos hegelianos de negatividad-positividad que dará lugar a ese momento neutro de la dimensión espacial, que por otro lado es extática debido a que los propios momentos de superación son extáticos en sí mismos por la propia determinabilidad de la negatividad y posterior superación del espacio anterior y nuevamente extático. La dimensión extática neutra nos es ni más ni menos la unidad estructural del extático al que todavía no se le ha añadido ni el tiempo ni el movimiento, pero sí que se constituye por una materia con una posibilidad de determinación dinámica.

La negatividad de la materia aparece en la determinación y cuantificación de la dimensión en el espacio, es decir, ha salido de él como diferencia determinada, y que a partir de las extensiones del espacio en la dimensión es lo que Hegel explica como diferencia intendida. Dice Hegel que el espacio es la cuantificación inmediata del ser determinado inmanente, diferenciada, a través del fuera de sí de la materia paralizada, pero que una vez fuera es tiempo. Para Hegel el tiempo es la negatividad del ser determinado que ha dejado de ser, es decir, la misma inmediatez con que ha pasado a ser positividad determinada pasa a ser el infinito abstracto un no ser de su propia contradicción, por oposición. En realidad, casi se podría expresar que la materia desde el punto de vista de la negatividad del espacio y el tiempo en la misma perspectiva de dejar de ex -sistir en el momento de la determinación del espacio, se puede hablar de una relación en el que ambos comparten la oposición con respecto al espacio y equivalen al ser mismo de la negatividad. Puede que el tiempo y la materia en Hegel sean lo mismo en cuanto pertenecen a ese espíritu abstracto de infinitud.

Hegel plantea la superación del tiempo en sí mismo como dimensiones de negatividad, es decir, en el mismo momento que es ahora-presente ya ha superado el futuro[5] que viene convirtiéndose en presente y este presente se supera al convertirse en pasado. Estas son las dimensiones del tiempo, que no son las posiciones del espacio, pero son negatividades del punto, la línea o la extensión como direcciones y diversidades, superaciones. En realidad para Hegel las dimensiones del espacio y del tiempo son superaciones y diversidades de la materia de esta como negatividad. En sí mismas las categorías de espacio y tiempo contienen su negatividad en cuanto que son determinadas como uno. Ahora bien, si cada una de estas categorías son negatividades y no tienen subsistencia ni sustancia en sí, ya que como hemos visto son diversidades y momentos de la negatividad determinada dimensionalmente, y a la vez tanto el espacio como el tiempo son resultados de ellos mismos, entonces cuál es su relación con lo real. Esta claro que su relación abstracta es la materia, ya que de hecho Hegel explica que lo indeterminado es la materia pero que cuando es pensada y es ya tiempo y espacio ya hablamos de la determinación de espíritu. En la realidad para que haya una sustancia o subsistencia de la determinación del espacio y del tiempo se necesita de la duración dice Hegel[6]. Y esto es ya lo que explica Suárez en relación a la existencia de la sustancia, es decir, el modo inmanente de pensar la existencia o subsistencia de la negatividad del no-ser es la duración, concepto que por otra parte aparece muy claramente explicado en las Disputaciones Metafísicas. La idea de la duración intrínseca que explica Suárez no es otra cosa que la explicación de la posibilidad o potencia del movimiento en la unidad estructural del extático a partir del movimiento. Es la sinergia entre posibilidad-movimiento en el tiempo o la trilogía dunamis-kinesis-xronos lo que significa la duración intrínseca en Suárez y que Hegel y Bergson se encargarán de desarrollar en su pensamiento filosófico.

Hegel se refiere a esto en relación al ser determinado en un lugar, lleva implícita su negatividad en cuanto no-ser en el mismo lugar, pero que deja de ser suyo en cuanto es relativo con respecto al ahora. El lugar de la “determinidad” del ser es ahora futuro en cuanto no-ser y antes. Por eso que en realidad en cuanto al lugar hay tres lugares diferentes con respecto a la “determinibilidad” del ser, el que ocupaba que es un después, el del futuro que es un antes y el del presente que es un ahora. Pero si aceptáramos esta premisa entraríamos en la dialéctica que explicó Zenón con respecto a la inmovilidad del movimiento. Así el lugar dice Hegel es mas bien un lugar general con respecto a la duración y todas sus acontecimientos[7]. Con esto expone Hegel la simple sustancia se explica a través de la duración, que con sus momentos son una unidad de tiempo y espacio, que su realidad es la sustancia general. Esta duración en esencia es movimiento, que para Hegel es la verdadera alma del mundo. En realidad para Hegel es el sujeto como sujeto o el yo como yo, siempre en relación al movimiento. Una idea que nos acerca al pensamiento de Bergson en cierta forma, a pesar del interés por desmarcarse este de aquel. Si en la realidad de la sustancia aparece el movimiento como sujeto, y este es la mediación de la materia, ya vemos que movimiento, sujeto y sustancia son tres conceptos unidos en cuanto que se comprenda la importancia del movimiento en el pensamiento de Hegel y Bergson. Por eso Hegel dice que la duración es movimiento al igual que Bergson, aunque este lo extiende a la intuición. Hegel implica al tiempo como duración y movimiento la negatividad del ser determinado, al igual que Bergson que explica que lo que entiende la intuición de la duración es la negatividad de las formas o del ser determinado. Tampoco hay que olvidar que la esencia del extático es el movimiento que da lugar a lo que hay en el tiempo. Si bien Aristóteles no habla de dimensión sí que establece la relación estructural entre potencialidad movimiento tiempo cambio en lo que existe de un modo intrínsecamente y que da lugar a lo que hay, que sería la unidad estructural de lo extático y que posteriormente Suárez hablaría de duración intrínseca de la existencia.

En resumen, el desarrollo de la materia y la dimensión en Hegel nos hará comprender la negatividad del ser con respecto al espacio y al tiempo y que la duración es la superación de la negatividad de la materia. La solución que propone Hegel a través del sujeto para comprender la verdad de la materia a través de la determinación de los límites propuesto por el sujeto, continúa con la dimensión de una negatividad fuera de sí, donde la misma percepción comprende que el espacio y el tiempo son negatividades de determinación y superación. No existe un momento de estabilidad, sino más bien la comprensión de un movimiento inmanente de la materia que escapa fuera de sí y manifiesta su propia negatividad en la misma determinación de la dimensión, ya que esta en sí misma y a pesar de sus momentos de superación es negatividad, al margen de que sea pensada como duración. En realidad, cuando esto ocurre ya estamos dentro de una unidad estructural de la duración intrínseca de la existencia en Suárez y más lejano en el concepto estructural del extático que propuso Aristóteles en su Física y Metafísica, pero con sujeto o Espíritu absoluto, Por ello será necesario describir la materia en Aristóteles y cómo se estructura lo extático, que en realidad es una dimensión estética de percepción del movimiento inmanente, aunque ya he descrito bastante sobre el tema en el blog. Te debde de gustar mucho Hegel amigo Marco si has llegado hasta aquí.

[1] Hegel Filosofía Real pág 5
[2] Ibid. pag 5
[3] Met 1032 a 20
[4] Hegel Filosofía real pág 6.
[5] Ibid pág 13
[6] Ibid pág 14
[7] Ibíd.. pág 16

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